En la parada de Fuencarral esquina Hernán Cortés caben dos taxis separados por un árbol raquítico de hojas arqueadas como manos de maricona loca. A ambos lados, tiendas de moda, graffitis y carteles superpuestos (mientras escribo esto un hindú con cresta roja y ojos perfilados está mojando su escoba en un cubo de cola que ahora esparce encima de otro cartel y pega el suyo: Fiesta Sado: ¿Te atreves?)
Gente caminando. No hay dos iguales: Oso calvo, barba, bomber, barriga y botas militares, adolescente de flequillo verde asimétrico y brackets, gafapasta con unos vaqueros ceñidos cuya cintura le llega por las rodillas y bambas Victoria blancas, sin cordones, en sus pies de peso pluma, turista sueco agitando un zumo de pera, siniestrilla pintada de pánico balanceando su bolso con forma de ataúd mientras camina, dos viejitos portando sendas bolsas de mandarinas, lesbiana de provincias con capucha y cable de iPod en la boca, negro cachas que se mueve como un chicle, ultrafashion exfoliado de peinado Juan Por Dios, aro en la nariz, orejas dilatadas y gorro de lana, Marlene Dietrich (con los mismos años que tendría ahora si viviera) consumida, arrugada y sin embrago ideal, un Bull Terrier tirando de su dueño, dos transexuales mirándolo todo con los ojos en la lengua, un niño marroquí de siete años feliz con su camiseta del Barça y en esto abre la puerta trasera de mi taxi un señor muy serio con bigote y me dice
que le lleve a la calle Génova
y arranco
y me alejo
y me deprimo.
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NOTA: Si consideras que este post es xenófobo, no habrás entendido una mierda. Vuelve a leerlo.
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