viernes, 6 de agosto de 2010

"El taxi era mi as debajo de la manga"

Antonio Berbel García llegó a tener una empresa que facturaba 700.000 euros al año y 30 trabajadores pero la debacle del ladrillo y los impagos se la llevaron por delante. Ahora se ha refugiado en el taxi y se siente "afortunado".

De empresario a taxista
Antonio Berbel posa con su taxi en una calle del distrito madrileño de Puente de Vallecas.- SANTI BURGOS
Colectivo: Empresarios obligados a cerrar su negocio y a emigrar a otro sector para sobrevivir, en este caso el taxi. ¿Cuántos son? En España hay entre 70.000 y 75.000 licencias según cálculos de la Confederación del Taxi (CTE). Su precio medio es de 150.000 euros, aunque oscila entre los "casi nada" de los pueblos pequeños y los 300.000 de zonas muy turísticas. Los propietarios de licencias tienen asalariados a unos 24.000 conductores. Efectos de la crisis: En 2009, cerraron 17.385 empresas, un 7,2% más que en 2008, según el INE. Por su parte, el taxi ha sufrido según la CTE, una caída del 30% que se mantiene desde principios de 2009 sin mayores descensos ni visos de mejoría. Grupo del encuentro: Antonio Berbel García (53 años).¿Cuándo? Jueves 6 de agosto, 21.00, en su antigua oficina que ahora hace las veces de casa en el distrito madrileño de Puente de Vallecas. Si quieres contarnos cómo te está afectando la crisis, escribe a escenariosdelacrisis@gmail.com
A sus 53 años, Antonio Berbel García afronta su cuarta vida como taxista y eso que nunca le ha gustado. Cuando era joven, en los años ochenta, estuvo un año conduciendo el taxi de su padre, pero en cuanto pudo probó suerte en otros trabajos, siempre dentro del sector del transporte: camiones, autobuses municipales, autocares turísticos... Lo dejó para dedicarse a la fontanería, descubrió que se le daban bien las matemáticas en los cursos para sacarse el carné profesional y empezó a prosperar. Llegó a refugiarse en el taxi dos veces más a lo largo de los años, siempre "a ratos" hasta saltar a algo mejor. Y algo mejor, mucho mejor, llegó en 1995, cuando montó su propia empresa. "La que tengo", dice haciendo una dura pausa para tragar saliva, hacer de tripas corazón y matizar: "La que tenía".
En los años de la bonanza del ladrillo, llegó a dar empleo a 30 trabajadores, nueve fijos y el resto, dependiendo del volumen de trabajo. Se dedicaba al gas, fontanería, calefacción y aire acondicionado tanto en reparaciones como en montaje y obra nueva en Madrid "y fuera". Una de las obras de mayor volumen que recuerda fue "el gas y la calefacción de más de cien viviendas". Le iba bien, muy bien -llegó a facturar de 600.000 a 800.000 euros al año- hasta que comenzó a notar los primeros síntomas de un parón que acabó por convertirse en la peor crisis desde el crack del 29. "En 2008 bajó en picado el nivel de obra y cayeron muchos, pero yo logré mantenerme con la mitad de la plantilla hasta que en 2009 la cosa empezó a ponerse cada vez peor y barrió con todos los profesionales, con los buenos, los malos y los regulares", explica sentado en una butaca del bajo -entrada directamente al salón con cocina americana, una habitación, despacho y baño- en el que vive solo y que en tiempos fue su oficina.
Aquel año pudo sortear la debacle del ladrillo al hacerse centro colaborador de Gas Natural y cambiar las obras por "mantenimiento, reparaciones y cambios de caldera" pero sus trabajadores no le respondieron, no logró cumplir los objetivos y perdió el contrato. "Hay mucha competencia, mucha de ella desleal, que ha hundido a los empresarios, no se puede demostrar pero hay mucho oportunista haciendo chapuzas y cobrando el paro cuando tú tienes que pagar al asesor, la seguridad social de tus trabajadores, a ti mismo, a Hacienda...", se lamenta. Con todo, ésa no fue su mayor pesadilla, sino los retrasos en los pagos y, lo que es peor, la "gente que pagaba muy bien hasta que de repente deja de pagar". "El problema es que el empresario tiene que pagar al trabajador a mes vencido y al que le vende los materiales a 90 días cuando a ti te pagan 200 días después. Entre la crisis, la competencia desleal, los impagados y los retrasos en el cobro a particulares y a la Administración..."
A su juicio, "a este Gobierno, al anterior y al siguiente los impagados le traen sin cuidado. Dar un talón sin fondos es gratis en España cuando en el resto de Europa vas a la cárcel". Por eso pide "a políticos y legisladores" que "protejan al autónomo y al pequeño y mediano empresario", que son "uno de los pilares de la economía", y que pongan coto a la "terrible indefensión" que sufren con una "ley contra los impagados". Durante la conversación, apela constantemente a unos políticos con los que está "defraudadísimo" y que deberían hacer más "por los trabajadores, por los pensionistas, por los inmigrantes que han levantado este país, por una sanidad y una educación públicas y de calidad". Sobra decir que es "de izquierdas y muy de izquierdas".
Recuerda el año pasado como una época dramática en la que redujo su personal fijo a dos mientras "echaba y echaba y volvía a echar" unas cuentas que no salían. "Estaba moralmente destrozado, cuando tienes actividad ves una salida, aunque te mates a trabajar y no cubras, y no llegues, y no te dé, ves una salida. Lo terrible es sentarte cada mañana ante una mesa vacía y un teléfono que no suena y preguntarte ¿ahora qué hago? Al negocio le tenía que poner yo dinero mes tras mes y así no se puede seguir". Asegura que no ha acabado con la soga al cuello del embargo gracias a que no se esperó a que llegara lo peor y a que no aceptó cualquier trabajo con mucho riesgo, como sí hicieron otros de sus compañeros que se han visto abocados a convertirse en morosos porque alguien "les dejó 200.000 euros sin pagar y les ha hundido".
En primavera de 2009 empieza a buscar una salida en "todo tipo de trabajos en el camión, el autocar, como mozo de almacén", se registra sin suerte en los servicios públicos de empleo como demandante, rastrea por Internet... y decide desempolvar "la cartilla municipal de taxista que pensaba que caducaba pero no, es de por vida" y ponerse al volante de un taxi una vez más, la cuarta, convencido de que es "algo transitorio". Al principio, como asalariado del propietario de la licencia y sin cerrar su empresa. Durante tres meses, de octubre a diciembre de 2009, trata de compaginar los dos trabajos "haciendo turno de noche al votante, durmiendo dos o tres horas y dedicando el resto del día" a la fontanería. Ganaba "unos 1.200 euros al mes dándose bien, con las propinas y los suplementos de nocturnidad... de día no llegas a los 900". Pero en diciembre decidió cerrar la empresa, liarse la manta a cabeza, "¡qué locura!", y comprarse su propia licencia. En los tiempos que corren, uno se pregunta cómo consiguió convencer al director del banco, pero éste le contestó un "a lo mejor" cuando se lo planteó y al mes le puso sobre la mesa la licencia, para la que necesitaba 150.000 euros. Un año antes, costaban "entre 220.00 y 250.000".
Ahora tiene una nave industrial de 150 metros en la localidad madrileña de Arganda del Rey (hipotecada y en venta), una casa en otro municipio cercano a la capital, Rivas Vaciamadrid (hipotecada y en la que vive su mujer), una pequeña oficina en un bajo del distrito madrileño de Puente de Vallecas (también hipotecada y reconvertida en su vivienda), mucho material criando malvas que no tiene salida y una gran cantidad de herramientas que no renuncia a volver a empuñar. Y también tiene un coche blanco reluciente y recién estrenado en el que colgó el letrero de taxi. Para comprarlo, hipotecó los inmuebles. Sobrevive y va pagando sus hipotecas con lo que le dan las carreras y con la línea de financiación que ha logrado que el banco le renueve el pasado julio. Pero el plazo "para vender la casa o la nave" antes de quedarse sin crédito se agota en un año. Trabaja 12, 14, 16 horas al día durante seis días a la semana y el que le queda libre es un poema entre "ir al banco, papeles, gestiones y el mantenimiento del vehículo". "Me estoy hundiendo pero estoy sacando la cabeza para tratar de salir a flote", sentencia. ¿Se avergüenza de alguna manera de su regreso a la fuerza al taxi después de haber llegado a dirigir a 30 trabajadores, qué siente, tristeza, frustración, angustia? Para nada. Es más, aunque no le apoya "nada ni nadie", se considera "afortunado", un tipo "con suerte, sin duda", porque tiene "un as debajo de la manga", el taxi que de una u otra forma siente que le persigue, cuando muchos de sus compañeros "no disponían de otro medio de vida y han acabado en la calle y comiendo en albergues". "Eso sí es una vergüenza pero no para ellos sino para este país".
El taxi que se ha encontrado en 2010 "es menos profesional, el de antes era taxista de verdad, conocía la ciudad al dedillo, se orientaba bien", mientras que ahora ejerce "cualquiera con un carné B, un curso de capacitación y un TomTom". Antonio, en cuyo coche se escucha la SER y Cadena Dial, es "respetuoso y callado" si no se dirigen a él y es tan honesto que considera que su trabajo consiste en "llevar a la gente lo más rápido posible por el camino más corto y con la carrera más barata". El volante le resulta "monótono, estresante" y, sobre todo, "desagradecido" porque "igual una jornada triunfas pero el 90% de los días te los pasas dando vueltas y vueltas y vueltas" y, cuando lo compara con la fontanería, destaca "el miedo". "Como fontanero he sentido vértigo, pero no miedo. Miedo es lo que sentí en un atraco en mi primera época, cuando pensé que esa mañana era la última que había visto a mis hijas -tiene dos, de 29 y 25 años- mientras una mano temblorosa sostenía una navaja en mi cuello". De la fontanería le gustaba "la libertad, la independencia, la creatividad".
Antonio ve "con preocupación pero con optimismo" el futuro porque aunque tiene una férrea confianza en sí mismo y en que el país se recupere no sabe hasta cuándo podrá aguantar, hasta cuándo le durarán las fuerzas con sus ritmos de trabajo. Viéndole y escuchándole, da la sensación de tener mecha para rato. Aparenta 40 años y se mantiene en muy buena forma física, quizá porque aunque fue un pequeño empresario nunca se consideró otra cosa que "un obrero que se ponía el mono el primero". En este punto, se embala y traza un asombrosamente certero análisis de la situación: "Yo nunca me creí lo de la clase media, ¡clase media!, ¡pero si con 13 años llevaba una tabla en la cabeza llena de bollos que repartía por los bares de Madrid! ¿Qué tipo de clase media necesita uno de los dos sueldos de la pareja para pagar la hipoteca y cuando lo pierde todo se acabó, hasta la casa? Somos proletariado y somos un país de emigrantes que se había olvidado que lo era, que se aburguesó y que dejó que le robaran derechos sin recordar a los que murieron por ellos y que ahora se ha despertado del sueño siendo otra vez proletariado". De momento, seguirá dando vueltas en busca de clientes. Cree que saldrá adelante "con constancia, esfuerzo y suerte" e incluso se asegura a sí mismo que "podrá volver" a su verdadero oficio, a lo suyo, "algún día, aunque no de la misma forma ni al mismo ritmo". Mientras llega, prefiere "no pensar, salir a trabajar todos los días y pedir a los dirigentes que hagan algo para crear empleo estable, no pedimos tanto". ¿Y las vacaciones? "Puf, sin palabras", dice con una sonrisa, para añadir: "No me acuerdo de lo que son y va a pasar mucho tiempo hasta que lo sepa".

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