martes, 6 de octubre de 2009



Testimonio recogido por David Placer

• "El día que llegué a la ciudad me quitaron el monedero, las tarjetas de crédito y los documentos"
• "Unos carteristas estropearon mis vacaciones y lo que más me mortifica es haberme despistado y facilitarles el trabajo"


 Víctimas. Line Vebo, su marido y su hijo, el viernes, ante la comisaría de los Mossos de Nou de la Rambla. Foto: DAVID PLACER
Víctimas. Line Vebo, su marido y su hijo, el viernes, ante la comisaría de los Mossos de Nou de la Rambla. Foto: DAVID PLACER

LINE VEBO
BARCELONA
Cuando el viernes pasado iba caminado desde la Rambla hacia la comisaría de policía para denunciar el robo de mi monedero en el metro de Barcelona no podía dejar de pensar en que esta ciudad que me había creado tantas expectativas, de repente, en pocos minutos, me había dejado de gustar. Era mi primer día en Barcelona. Mi esposo, mi bebé y yo íbamos en el metro rumbo a la estación de Jaume I para visitar el barrio gótico. El vagón del metro en el que viajábamos iba prácticamente vacío y se acercó a nosotros un grupo de cuatro personas: tres hombres y una mujer, todos de mediana edad: entre 45 y 50 años. No iban mal vestidos, no eran indigentes ni sin techo. Su aspecto no nos intimidó en ningún momento.
Cuando visitas una ciudad solo piensas en los monumentos que quieres ver, las calles en las que te quieres perder y aquí, especialmente, en la obra de Gaudí que siempre había soñado con contemplar de cerca. Entonces, sin quererlo, bajé la guardia. No pensaba ni en las recomendaciones que me hicieron de mantener la alerta en la Rambla ni en la infinidad de tretas que hoy usan los carteristas para apoderarse de las cosas de valor de sus víctimas.
Descuido de turista
Y mientras el grupo con aspecto de ciudadanos de Europa del Este que se me acercaba más y más, yo seguía pensando en mi plan turístico del día. Pero a la salida del metro me doy cuenta de lo que debí haber sospechado desde un principio: mi pequeño bolso estaba abierto y mi monedero había desaparecido. Y con él, unos 300 euros en efectivo, tarjetas de crédito y mis documentos de identidad. No hay forma más contundente de arruinar el viaje soñado durante años que un robo repentino, y lo que es más doloroso aún, un robo del que sientes que tienes parte de culpa.
De repente las maravillas del viaje se esfuman y las visitas a los museos son sustituidas por la comisaría y lo importante ya no es llamar a la familia para contarle cómo va el viaje sino a los bancos para anular las tarjetas de crédito.
Yo, que he trabajado más de tres años como fiscala en Noruega y que desde hace un año ejerzo como jueza y dicto sentencias sobre este tipo de delitos, no me percaté de que me intentaban robar. ¿Cómo pude ser tan tonta? ¿Cómo es posible que haya bajado la guardia así en Barcelona, cuando en mi país suelo tomar todas las precauciones? ¿Por qué fui incapaz de detectar un método tan infantil, similar a los que ya estoy acostumbrada a juzgar cada día?
Supongo que tras lo ocurrido no sirve de mucho hacerse estas preguntas. Ahora, más calmada, reflexiono que el robo no debe dañar mi experiencia en Barcelona. El delito ya no tiene fronteras. Los mismos clanes familiares que me robaron en Barcelona operan en Oslo, Londres, Berlín o en cualquier ciudad europea. La globalización también exporta problemas. No debo culpar a la ciudad ni a la falta de policía, aunque la haya. Eso me pudo haber ocurrido en cualquier parte. Conozco el tema y detrás de todo esto también hay un contexto legal complicado. En Noruega muchos delincuentes roban y salen a la calle al instante, aunque ahora las penas se endurecen con la reincidencia.
Suelo viajar con frecuencia pero me tocó debutar como víctima de los carteristas en Barcelona. De todas formas, intentaré que esto no arruine los recuerdos que me quiero llevar. Quizá los ladrones que me robaron seguirán operando y continuarán arruinando las vacaciones de muchos visitantes. Pese a ello, quizá regrese a Barcelona. Eso sí: con mucha más precaución.

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