
CRÓNICA DESDE LONDRES
- Dos taxis londinenses.
El jueves, un millar de taxis negros bloquearon durante una hora la entrada a varias calles del norte de la ciudad. Después de desfilar dando bocinazos, prometieron volver cada jueves, hasta que su petición sea aceptada. Lo que están demandando no es la bajada del precio del carburante, ni la reducción de permisos a las empresas de mini-cabs, que les hacen la competencia con tarifas más baratas. Lo que están reclamando es mucho más complejo y ha desembocado en un debate en el que no hay acuerdo. Los taxistas piden que se impida entrar en el gremio a un hombre de 38 años, que en estos momentos se está preparando para pasar el knowledge (conocimiento), esos complicadísimos exámenes que deben superar quienes quieren ser taxistas en Londres.
Por razones legales no se ha dado a conocer el nombre del candidato. Sin embargo, lo que se sabe de su historial es muy inquietante y polémico. En el año 2000, ese hombre estranguló a su esposa. Durante el juicio, los médicos demostraron que el acusado sufría de esquizofrenia paranoide y por tanto no fue plenamente responsable de sus actos.
Condenado por homicidio involuntario, el reo ingresó en un centro de salud mental donde estuvo sometido a tratamiento psiquiátrico. Dos años después, los médicos le dieron por curado y quedó en libertad. Hace tres años presentó una solicitud para ser taxista, que fue rechazada, aunque admitida después, cuando los informes psiquiátricos volvieron a garantizar su plena recuperación. Desde entonces, el individuo estudia, mientras trabaja como chófer.
Los taxis negros de Londres fueron elegidos como los mejores del mundo en una reciente encuesta, a pesar de ser unos de los más caros. La seguridad del servicio y la confianza de los clientes es el orgullo de los profesionales del volante, que ahora tratan de impedir a un antiguo asesino convertirse en uno de ellos. No todos comparten sin embargo su rechazo. Varias voces se han alzado para denunciar lo que comparan a una especie de caza de brujas.
El estigma que pesa sobre quienes han sido enfermos mentales es aún, según ellos, una losa inamovible. Pero su argumento de que el peligro potencial para los pasajeros en este caso concreto es «muy, muy pequeño», no suena suficientemente tranquilizador.
El responsable del ayuntamiento a cargo de los transportes en la capital fue evasivo cuando le preguntaron si se subiría con su familia a un taxi sabiendo que el conductor fue en otro tiempo enfermo mental muy violento. El político, claramente incómodo con el asunto, terminó diciendo que aceptaría la carrera, pero después de hacer varias matizaciones legales y dar muchos rodeos.
La cuestión de fondo, el establecer el papel que pueden ocupar en la sociedad quienes han tenido unos problemas mentales muy graves, no está resuelto. Si en lugar de taxista este hombre hubiera querido enseñar en una escuela de niños, las autoridades educativas seguramente le habrían rechazado. Y entonces, ¿qué trabajos son aceptables para alguien con un pasado similar? ¿Tienen o no razón los taxistas de Londres para oponerse?
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