"Cuando todo el mundo está loco, estar cuerdo es una locura" (Paul Samuelson)
Mi taxi me ayuda a entender que todos, absolutamente todos, somos únicos, irreemplazables e imprescindibles. Cuando alguien, quien sea, se monta en el asiento trasero de mi taxi y me indica una calle, en ese mismo instante, mi presente más inmediato comienza a girar en torno a él mientras que él, por su parte, me corresponde depositando toda su confianza en mí. Por eso tengo la obligación de conducirle a su destino con prudencia, de no chocarme, de no matarle y de no matarme a mí tampoco.
Resulta curiosa la confianza que siempre depositan los usuarios en cualquier taxista: nos están ofreciendo su vida en bandeja de plata, sin apenas conocernos de nada. Suponen siempre que jamás nos chocaremos, que nunca pondríamos en peligro su vida porque entonces también tendríamos que poner en peligro la nuestra. Se suben a cualquier taxi, confían en cualquier taxista y, sin embargo, jamás se les pasaría por la cabeza montarse en el vehículo particular de cualquier otro desconocido.
Y es que a nadie se le ha pasado nunca por la cabeza que pudieran existir taxistas suicidas, o aspirantes a Travis sedientos de venganza.
¿Curioso, no?
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