viernes, 2 de diciembre de 2011

Taxis con radio y avisadores personales


Dos novedades tecnológicas sorprendieron a los valencianos en el otoño de 1971. Junto con los constantes avances de la televisión y la introducción del hilo musical en muchas oficinas y locales públicos, los adelantos de la telefonía, cada vez más asociada a la transmisión por ondas, permitieron la introducción de dos servicios públicos muy llamativos: uno fue el que incorporó una emisora de radio a determinados taxis de la ciudad; el otro, el que introducía un sistema personal de avisos por radio.
El alcalde López Rosat, en los días de fallas de 1971, bajó a la plaza, ante el Ayuntamiento, y saludó a un grupo de taxistas que acababan de incorporar una novedad técnica importante: en su coche se había instalado un emisor de radio que permitía recibir llamadas desde una central. En el otoño de 1971, los 25 primeros taxis con radio empezaron a funcionar. De ese modo, el sistema de cabinas de teléfono ubicadas junto a las paradas más céntricas comenzó a quedar en desuso para recibir avisos de servicio: la central de radio podría recibir las llamadas de los clientes y pedir en red que un taxi libre se dirigiera el punto de la demanda.
Todo fueron ventajas: mejoraba el servicio de taxi, se acortaban los tiempos muertos de espera, el cliente recibía mayor satisfacción y el taxista, además, llevaba a bordo un plus de seguridad porque estaba siempre conectado. Por añadidura, enseguida se añadió otra ventaja al sistema: la central de radio podía tener en todo momento un buen diagnóstico sobre los atascos que había en la ciudad.
Pero todavía fue más llamativa la implantación, en mayo de 1971, del servicio de avisador automático de llamadas, un sistema por el cual la Telefónica enviaba al cliente, que tenía una clave personal de cuatro cifras, una señal acústica de tres segundos y una alerta luminosa permanente, indicadora de que alguien le estaba requiriendo y que debía llamarle con urgencia. El sistema, creado para asuntos de importancia, estaba servido por operadoras en el 099: abonarse costaba 4.000 pesetas y se pagaba una cuota de 379 pesetas al mes, razón por la que estaba reservado para directivos, médicos o técnicos de guardia y personas de responsabilidad. Ni que decir tiene que el invento, que enviaba señales con un alcance de 40 kilómetros, podía ser práctico, pero no era cómodo a ojos del siglo XXI. El usuario había de cargar con un aparato de kilo y medio de peso, dotado de una buena antena. De modo que lo más eficaz era instalarlo en el coche y conectarlo a su batería.
Telefónica, que en Valencia tenía como director a don Mariano Aler, que hizo mucho por la mejora del servicio en un tiempo de intenso desarrollo, presentó ese mismo año otras novedades, como el teléfono «manos libres» y el de marcación automática con memoria, recursos interesantes para incorporarlos a las oficinas.
Claro que los empresarios, como las familias, que entraban ya en el mundo telefónico, lo que querían -y tenían que obtener mediante recomendación e incluso trampeando- era una simple línea de teléfono. En 1971, el señor Aler, que se ufanaba de haber reducido mucho la lista de espera de teléfonos gracias a la constante ampliación de las centrales, reconoció que en Valencia tenía una cola de instalación de 71.000 líneas, que cada año crecía a un ritmo de cuatro mil. Eso, en una provincia con 230.000 teléfonos operativos, 150.000 de ellos en la ciudad.

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