En el andén 14 de la estación de França hay un curioso tren. Todos los trenes tienen su mitología, de lo contrario no se construirían trenes eléctricos para niños. La Unión Pacífic, el Transsiberiano, el Orient Express son sistemas de transporte que llevan mucho más lejos del espacio para convertirse en vehículos de la imaginación. A un tren, cuando pasa por las vías, los que están fuera siempre le saludan. El tren es la línea más dulce entre dos puntos. Y así, cargado de imaginación, ha llegado a Barcelona el llamado pomposamente Tren of the Ideas, así, en inglés, que es una manera universal de hacer que las ideas sean siempre de importación.
El tren de las ideas es ante todo un tren de carga. Sobre las plataformas se han instalado unos contenedores que sirven de sala de exposición. Es un tren que sale de Hamburgo gracias a una locomotora financiera de Siemens y que lleva la buena nueva de la tecnología urbana sostenible por toda Europa. Hamburgo es en estos momentos la capital verde de Europa y hay que exportar lo que se tiene y lo que se espera. En ese tren de los sueños urbanos se percibe la contradicción entre la visión de una ciudad mejor y la dificultad de una crisis que la atenaza. Tal vez la cosa no sea tan grave en Hamburgo, pero en Barcelona el nuevo gobierno ya ha decidido suprimir no pocas estaciones de la L- 9 del metro y el aeropuerto de Lleida se ha visto limitado al mínimo por compañías que han decidido dejar el aeropuerto a las aves esteparias de Alguaire.
Pero no importa, porque solo los sueños nos permiten avanzar en la imaginación, que esa no cuesta dinero ni impuestos. Al fin y al cabo los responsables del Tren de las Ideas no se habrán encontrado jamás con una estación tan majestuosa como es la de França. En unos paneles al efecto se ha llevado a la infantería escolar para que los niños dibujen su ciudad del futuro y acompañen en su periplo al tren mágico. Un tren inmóvil, que no tiene ventanas al exterior sino a un futuro lejano.
Los trenes de hoy ya no exhalan vapor, pero las ruedas y los topes, el crujido del hierro bajo el hierro y el milagro bruñido de las líneas paralelas continúan siendo el gran espectáculo del transporte ferroviario. El tren de las ideas tiene un color dominante que es el verde. La religión verde necesita a menudo de este tipo de celebraciones litúrgicas. La palabra sostenibilidad ha dejado de ser una palabra defensiva para convertirse en dogma. A menudo el espectáculo sostenible tiene en su sala de máquinas y en sus tramoyas elementos de todo punto insostenibles. Pero, ¿a quién le da miedo el verde? Ni que sea a costa de derruir barrios viejos y de edificar nuevos ensanches para que sean ocupados por ciudadanos con más posibilidades. Lo verde cotiza en el mercado de las ideas. Llega despacio, como los trenes, pero también como los trenes pesa lo suyo.
La visita del tren de las ideas a Barcelona ha significado también encontrarse ante la mala idea que nuestros antecesores tuvieron al diseñar el llamado «ancho ibérico». El tren ha llegado hasta aquí y hasta las repúblicas bálticas debiendo detenerse en la frontera y allí izar uno a uno los vagones para entronizarlos en sus nuevas y provisionales plataformas de ancho superior al habitual. Le pregunto a un guardia que se pasea entre los contenedores si sabe cuál es la maniobra que ha hecho posible que el tren llegue hasta aquí después de haber cruzado Francia. El amable empleado me dice: «No tengo ni idea, señor». No estamos seguros de nada, ni siquiera de lo que vemos. Pero el tren nos ha hecho soñar y el verde ciega mis ojos.
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