El pasaje de los autobuses de Manila viaja a diario acompañado de policías armados con la misión de intimidar a delincuentes y prevenir que los vehículos del servicio metropolitano sean de nuevo blanco de acciones terroristas.
Jeffrey Savelala, un policía de 27 años, y su compañero Alex Tomenio descansan en la estación del distrito financiero de Makati antes de subirse de nuevo en un autobús tras una agotadora jornada de idas y venidas en los autobuses cuya seguridad tienen asignada.
"Estoy mareado porque llevo todo el día en la carretera, es muy duro, llevo ya diez horas moviéndome de un sitio a otro, pues mi horario es de 6 de la mañana a 9 de la noche", explica Savelala, el día de su primer servicio.
Tras media hora de cháchara con otros cuatro compañeros, los dos agentes regresan al andén y se abren paso entre la marabunta de viajeros apresurados y el humo negro de los autobuses, hasta elegir al azar uno que irá en dirección al extrarradio de la capital.
Alex se sienta junto al conductor, mientras que Jeffrey recorre el pasillo hasta llegar al fondo del vehículo y se sienta al lado de un pasajero con el que mantiene una breve conversación.
"Es mejor que seamos dos por si pasa algo, si fuera yo solo no sería seguro", comenta.
Ni uno ni otro inspeccionan el interior o registran a quienes van a bordo, simplemente, viajan en el vehículo como un pasajero más, confiados en que la presencia de dos policías con sendas pistolas ahuyente a la gentes con malas intenciones.
Desde que la semana pasada la explosión de una bomba mató a cinco pasajeros de un autobús que transitaba por la principal arteria de Manila, 150 parejas de policías van a diario a bordo de algunos de los más de 7.000 autobuses que circulan por las calles de esta urbe.
"Sabemos que no somos suficientes en comparación con el número de autobuses que circulan, pero se trata de una táctica psicológica para asustar a los criminales. Es posible que si ven un policía en un autocar piensen que también los hay en los demás", dice Jeffrey.
Mientras que su compañero está situado en la primera fila de asientos y se entretiene enviando mensajes con su teléfono móvil, Jeffrey, natural de la empobrecida isla de Samar, enseña con orgullo el escudo de Policía que porta en la pechera al tiempo que asegura afirma que no teme a los posibles peligros de su nueva misión.
"No estoy asustado, forma parte de mi servicio a la ciudadanía", dice a la vez que su cara se ilumina con una amplia sonrisa.
Los viajeros observan la entrada en el vehículo de los policías con una mezcla de sorpresa y alivio, pues el atentado causó cierta psicosis entre los capitalinos.
Gerónimo Taniajura, un pasajero de 64 años, reconoce que ver a los agentes dentro del vehículo hace que se sienta más seguro y recalca que "es una gran ayuda para que la gente no le asuste tomar el autobús".
Sin embargo, este usuario no entiende que las autoridades hayan esperado a que ocurriera el atentado para adoptar la medida cuando Estados Unidos y otros países occidentales advirtieron hace tres meses del riesgo inminente de ataques terroristas en Manila.
"Tenían que haber actuado cuando se empezó a hablar de ataques terroristas. El problema de este Gobierno es que espera a que algo ocurra en vez de adelantarse a los problemas", protesta.
Además de reforzar la seguridad ciudadana, algunos filipinos como es el caso de una cobradora de billetes, llamada Joselita, ven en la presencia policial la oportunidad de ganar algún dinero más.
"Me gusta mucho que la Policía venga a nuestro autobús. Como los pasajeros se sienten mucho más seguros, sube más gente y ganamos más dinero", dice con desparpajo mientras con una mano cobra y entrega el cambio y con la otra da el billete.
El Gobierno, que también ha desplegado agentes en otros lugares como las estaciones del tren urbano y en los aeropuertos, no ha precisado si estas medidas serán permanentes o se aplicarán hasta que desaparezca el temor a viajar en autobús.
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