viernes, 11 de septiembre de 2009

GIJÓN 1909: llega el tranvía eléctrico a Gijón


EL RECORRIDO INAUGURAL del primer tranvía eléctrico tuvo lugar el 10 de abril de 1909 -Corrida, Somió, El Bibio-, una jornada «esplendorosa», según refirieron las crónicas de la época, que convirtió la villa de Jovellanos en «una ciudad populosa llena de animación y vida». Su implantación relegó al tranvía de tracción animal, que había iniciado su andadura en marzo de 1890 con el itinerario Gijón-La Guía y llegó a tener 96 mulas en servicio.

1909: llega el tranvía eléctrico a Gijón
Un tranvía eléctrico, por las calles de Gijón, en una imagen de archivo. / E. C.
Con la instalación de la red tranviaria por transmisión eléctrica hace ahora un siglo, Gijón daba, más que un paso, una zancada de gigante en su integración en el curso del progreso. Y máxime cuando la ciudad pasó a ser, en aquel lejano año de 1909, una de las poquísimas poblaciones españolas que, sin ser capitales de provincia, disfrutaban del naciente medio de locomoción; hay que pensar que por entonces se pedía una línea ferroviaria que enlazase Lieres con Gijón y El Musel. La inauguración de los tranvías eléctricos fue saludada por la sociedad gijonesa como una señal de prosperidad futurible y EL COMERCIO exclamaba alborozado que ese hito iba a transformar «la faz de la villa, quitándole los restos de su aspecto sencillo y modesto para convertirla en una ciudad populosa, llena de animación y de vida».
Gijón estrenó sus tranvías eléctricos el 10 de abril de 1909, que en el calendario religioso era Sábado de Gloria, víspera del Domingo de Pascua florida. Los actos se verificaron, como proclamó la prensa, en una jornada «esplendorosa, de cielo arrebolado y temperatura suave con perfumes de primavera». El trayecto inicial se realizó con medio Gijón echado a la calle para dar su unánime aprobación al revolucionario servicio. Lo que se vio nos lo refiere con su inimitable estilo Adeflor, primero redactor jefe y luego director del diario decano: «Ya están en ringla unos coches engalanados con cintas y follaje, en cuyos troles se ven unas banderitas multicolores, predominando en lo alto la que ostenta la matrícula de Gijón. En los coches van a ir unos señores que están invitados. En el bulevar la muchedumbre es cada vez mayor, en todos los semblantes se retrata la alegría, la honda satisfacción por el saliente acaecimiento. Pocas veces el pueblo ha gozado con tanta intensidad una reforma local».
Sustituyeron los tranvías eléctricos a los de sangre o tracción animal, cuya primera línea, inaugurada en marzo de 1890 -curiosamente, también entonces era Semana Santa-, conectó Gijón con La Guía. Un año después, en marzo de 1891, se amplió la línea de La Guía a Somió; en octubre de 1893 se abrió la de Gijón a El Natahoyo; en junio de 1899 echó a andar la que comunicaba El Natahoyo con La Calzada, y en agosto de 1905 la que unía Gijón con El Llano. De los 7 coches iniciales, el primitivo tranvía creció hasta los 33, y de los 13 empleados se alcanzaron los 54 cuando se clausuró, habiendo llegado a cubrir casi nueve kilómetros de trayecto. Fue un negocio próspero que recaudaba anualmente en torno a 200.000 pesetas de la época; en un día puntero como era la festividad de Begoña, 15 de agosto, transportaba a casi 14.000 viajeros. La sustitución de este tranvía tradicional -que llegó a disponer de 96 mulas- por el eléctrico trajo ventajas también en los tiempos de recorrido, ya que, con los tranvías de sangre, de Gijón a Somió se invertían 30 minutos; de Gijón a La Calzada, 22, y de Gijón a El Llano, 15. El gran Adeflor, en su crónica -que titula sabiamente 'El reinado del troley'-, pinta con dolorido sentimiento el encuentro de los dos sistemas: «Las pobres mulas, cabizbajas, dolientes, moribundas, como si en el pesebre las hubiesen graduado los días que de vida tranviaria les quedaban, arrastraban los coches lenta, pesadamente. El contraste era de una horrible ironía para los pobres animales. A veces, éstos, como dándose cuenta de su desairado papel, protestaban, negándose a caminar, y entonces el cochero, en vez de acompañar a las mulas en su aflicción, las despabilaba con un palo».
De Corrida a Somió
La categoría social de los invitados a la ceremonia inaugural resultó de mucho fuste. La lista se haría inacabable si se mencionara a todos y para que no se nos tache de exagerados vamos a indicar que, entre esos asistentes, se hallaban, aparte de las autoridades municipales: el director de Sanidad Marítima, el presidente de la Diputación Provincial, el director del Ferrocarril de Langreo, el gobernador civil, el obispo, el jefe de Obras Públicas, los directores del Banco de España y del Banco de Crédito Industrial Gijonés, los directores de Correos, Telégrafos y Teléfonos, así como representantes de infinidad de organismos e instituciones como la Comandancia de Artillería, la Delegación de Hacienda, el Monte de Piedad, las Cámaras de Comercio y de la Propiedad, la Junta de Obras del Puerto, el Instituto de Jovellanos, la Escuela de Comercio y la Escuela Superior de Industrias, el Círculo de Obreros Católicos, el Ateneo-Casino Obrero, la Asociación de Agricultores, la Federación de Sociedades Obreras, el Centro Instructivo Republicano y un largo etcétera en el que se contaban los ejecutivos de la compañía arrendataria del tranvía o mismamente los contratistas de las obras.
Consistieron los fastos oficiales en un viaje que, partiendo de la calle Corrida a las doce del mediodía, llegó sin novedad a los pocos minutos hasta Somió y, dando la vuelta en el lugar conocido como 'el bucle de Villamanín', retornó hasta El Bibio, donde se desarrolló, en las cocheras de los tranvías, un banquete servido por el afamado Hotel Malet, que, según recogía 'El Noroeste', estaba compuesto por un «menú delicadísimo, donde las habilidades y exquisiteces de la más fina pastelería habían sido puestas a prueba, y todo ello remojado con champagne y añejo jerez». Fue tal la cantidad de comida sobrante, pese a la multitud de invitados al refrigerio, que se decidió donarla al Hospital de Caridad de las Hermanitas de los Pobres.
No podían faltar, y no faltaron, los discursos que celebraban por todo lo alto el paso del viejo tranvía tirado por mulas a los impulsados eléctricamente. El alcalde gijonés declaró que si el antiguo servicio había sido «el jalón primero que pusimos para entrar en la vida de los pueblos cultos», el que arrancaba en ese momento sería «el principio de nuestra vuelta a la vida de la actividad que en no muy lejanos tiempos tanto honor y gloria nos ha dado». En similares términos se expresó después el director gerente de la compañía arrendataria, Gonzalo Zubiaurre, quien brindó por «esa resurrección que los gijoneses tanto anhelan y a la que tienen derecho por sus dotes de seriedad e inteligencia y por sus grandes iniciativas y actividades».
Colecta por un empleado
La caridad no se ausentó en la apertura del nuevo tranvía: al final del ágape y los buenos propósitos retóricos, se llevó a cabo una colecta para aliviar la situación económica de la familia de un empleado de los tranvías llamado José Menéndez Canto, el cual había sufrido un grave accidente durante el período de prácticas previo a la puesta en funcionamiento del moderno transporte.
El primer tranvía eléctrico en servicio ordinario, ya sin autoridades ni representaciones, partió a las 2 de la tarde del 10 de abril de 1909 y el primer viajero que, éste sí, abonó su preceptivo billete se llamaba Demetrio F. Busto. Como dijo 'El Noroeste', «hasta las 22.30 no cesaron de conducir gente a Somió».

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