martes, 26 de mayo de 2009

Crisis y disminución de ingresos en el taxi, sí, pero ¿dónde está el proselitismo?


Martes, 26-05-09
Leo en ABC de hoy lunes 25-5-2009 (que es cuando estoy escribiendo esto, para que salga publicado el martes 26), una información firmada por mi querida compañera y amiga Lola Alvarado cuyo título es «La crisis reduce los ingresos de los taxistas en un 40 por ciento», en la que recoge palabras de Enrique Filgueras, presidente de Solidaridad del Taxi, culpando de dicha bajada de ingresos a la crisis, el auge de los ciclistas, la peatonalización de diversas vías urbanas y la puesta en servicio del Metro.
Y qué duda cabe de que todo lo argumentado por Filgueras es —supongo—, cierto, pero a esas razones yo voy a añadir otra a tener en cuenta, desde mi perspectiva de ciudadano que todavía no ha usado el Metro, es rarísimo que tome el autobús urbano, no monta en bicicleta desde que tiene 15 años, le gusta poco andar y es un habitual del taxi: esa razón que añado es que bien poco se preocupan bastantes taxistas (no todos, naturalmente) de, a manera de proselitismo, ganar adeptos para la causa haciendo agradable el viaje de sus pasajeros.
Verán: sin ir más lejos, hoy lunes mismo (vuelvo a repetir que es cuando estoy escribiendo esto), tomé un taxi en la parada de la calle Alemanes; eran las 14.15 de la tarde y el sol, aunque se ocultaba a ratos, picaba lo suyo, por lo que ni decir tiene que el interior del vehículo era un horno, a lo que hay que añadir que por necesidades del guión, yo, extrañamente para la fecha que es, llevaba chaqueta. Bueno, pues ¿se le ocurrió a la señora taxista (porque era una mujer) poner el aire acondicionado? Ni por asomo; vaya, que las gotas de sudor caían por mi rostro de tal manera que ni a mi casa llegué, sino que me quedé enfrente, para no seguir con el martirio de dar la vuelta a una rotonda y así tener que recorrer unos metros más montado en 50º móviles.
Y si a este caso de transpiraciones en tiempo de calores, sumamos el de los resfriados que otros taxistas obligan a coger a sus pasajeros en época invernal con la ventanilla del conductor abierta, la conclusión es que parece que mucho se esfuerzan (insisto: no todos, pero sí muchos) por espantar a la clientela y poco, no ya por ganarla, sino siquiera por conservarla. Y si además, a lo expuesto por Filgueras y por mí, añadimos que el taxi —que soy consciente no da para dispendios de los profesionales—, tampoco es que sea precisamente barato para el usuario, los resultados son los que son.
Y aunque todo lo anterior sea «predicar en el desierto, machacar en hierro frío o querer hablar con los muertos», como canta por soleá Juan «El Lebrijano», al menos, me he quedado tranquilito escribiéndolo.

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